Giró la palanca para abrir la segunda puerta del vagón. Subió sin mirar y le pisó la pata trasera a un perro. Después del ladrido y el susto se acomodó apoyado a la puerta que no se abría. “Sección Canina”, se leía en el chaleco naranja del hombre del perro. El bicho estaba tumbado en el suelo, igual que estaría si su dueño en vez de trabajar de guardia estuviera en el paro sentado en su sofá con unas latas de cerveza. El perro iba levantando la cabeza y las orejas mirando a la cara a su dueño. Yo creo que le preguntaba algo.
Trescientas mil estaciones después salió a la calle y vio que mientras estaba en el túnel el día había cambiado y hacía sol. Se dirigía a clase, donde le contó que Teresa Margolles hizo hace algún tiempo una instalación. Teresa fue a la morgue de Ciudad de Méjico, donde iban a parar los cuerpos que nadie reclamaba, y recogió cubos del líquido que salía de las tuberías después de lavar un cuerpo antes de ser incinerado. Eligió un salón sin ventanas ni aberturas, hizo comprar varios humidificadores (aparatos que producen vapor de agua) y los cargó con ese líquido.